Hoy detenemos nuestra consideración y nuestra oración en nuestros hermanos, los fieles difuntos que están en el Purgatorio.
Con estos hermanos nuestros, que "también ha sido partícipes de la fragilidad propia de todos ser humano, sentimos el deber - y la necesidad - de ofrecerles la ayuda afectuosa de nuestra oración, a fin de que cualquier eventual residuo de debilidad humana, que todavía pudiera retrasar su encuentro feliz con Dios, sea definitivamente borrado" (Juan Pablo II).
En el Cielo no puede entrar nada manchado. Por eso el alma que está afeada por las faltas y pecados veniales no puede entrar a la presencia de Dios: para llegar a la felicidad eterna es preciso estar purificado de toda culpa.
El Cielo no tiene puertas, y cualquiera que desee entrar puede hacerlo, porque Dios es todo misericordia, y permanece con los brazos abiertos para admitirlos en su gloria. Pero tan puro es el ser de Dios que si un alma advierte en sí el menor rastro de imperfección, y al mismo tiempo ve que el Purgatorio ha sido puesto para borrar tales manchas, se introduce en él, y considera un gran regalo que se le permita purificarse de esta forma. El mayor sufrimiento de esas almas es el de haber pecado contra la bondad divina y el no haberse purificado en esta vida.
De modo que el purgatorio no es un infierno menor", ni una especie de "campo de concentración" en el más allá, sino la antesala del Cielo, donde el alma se purifica y esclarece.
¿Y qué es lo que hay que purificar el Purgatorio?
Nuestros pecados veniales, que tanto retrasan la unión con Dios; las faltas de amor y delicadeza con el Señor; la inclinación al pecado, adquirida en la primera caída y aumentada por nuestros pecados personales...
Además, las faltas y pecados perdonados en la Confesión dejan en el alma una deuda insatisfecha, un equilibrio roto, que exige ser reparado en esta vida (indulgencia y penitencia) o en la otra (Purgatorio).
Además, las disposiciones de los pecados ya perdonados muchas veces siguen enraizadas en el alma hasta la hora de la muerte.
Al morir, el alma las percibe con absoluta claridad, y tendrá por el deseo de estar con Dios, un anhelo inmenso de liberarse de estas malas disposiciones... El Purgatorio se presenta así como la única y gran oportunidad para alcanzar la pureza definitiva.
Las almas del Purgatorio ya son bienaventuradas, en cuanto que ya están salvadas y tarde o temprano - entrarán al Cielo, al encuentro festivo con Dios; por eso la llamamos "Benditas Almas del Purgatorio". Pero ellas necesitan de nuestra ayuda, que es tan valiosa, que puede acortar e incluso poner fin a este tiempo de purificación.
¿Cómo ayudarlas? En primer lugar, la Santa Misa, que tiene un valor infinito, es lo más importante que tenemos para ofrecer por las almas del Purgatorio (¡Por eso estamos ahora aquí!); también las indulgencias (¡quiera Dios que recordemos siempre esta saludable doctrina de la Iglesia!); nuestras oraciones (especialmente, el Santo Rosario); pero también el trabajo, el dolor, las contrariedades, etc. todo ofrecido por amor y con amor.
De modo particular hemos de rezar por nuestros parientes y amigos. Y nuestros padres y antepasados deben ocupar siempre lugar de honor en estas oraciones.
Estas almas, cuando alcanza al Cielo, ¿Podrán acaso olvidarse de aquellos con cuya ayuda lo alcanzaron?
¡Qué hermoso es que podamos hacernos amigos de algunas personas porque los ayudamos - desde aquí abajo - a entrar en el Cielo! ¡Quién sabe cuántos "amigos" nos estaremos ganando ahora en el más allá! Entonces, podremos, al irnos de este lugar, pensar: "mis buenas amigas, las almas del Purgatorio..."
La Conmemoración de todos los fieles difuntos es una oportunidad grande para renovar nuestra fe en la resurrección de los muertos; en la eternidad dichosa que nos espera en el Cielo; en la comunión de los santos que debemos ejercitar cada día, pidiendo la intercesión de los santos del cielo (como le hacíamos ayer) e intercediendo ante Dios con nuestras oraciones, mortificaciones, limosnas y obras de caridad por los santos que aún están el Purgatorio. Porque (IIº Macabeos 12,34-43): "es muy Santo y saludable rogar por los difuntos, para que se vean libres de sus pecados".
Un poco de historia:
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Por tanto, estas celebraciones en realidad comenzaron como una fiesta para honrar a personas que, debido a su maldad, habían sido destruidas por Dios en los días de Noé. (Gén. 6:5–7; 7:11.)
La práctica religiosa hacia los difuntos es sumamente antigua. El profeta Jeremías en el Antiguo Testamento dice: «En paz morirás. Y como se quemaron perfumes por tus padres, los reyes antepasados que te precedieron, así los quemarán por ti, y con el «¡ay, señor!» te plañirán, porque lo digo yo — oráculo de Yahveh» (Jeremías 34,5). A su vez en el libro 2° de los Macabeos está escrito: «Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados» (2 Mac. 12, 46); y siguiendo esta tradición, en los primeros días de la Cristiandad se escribían los nombres de los hermanos que habían partido en la díptica, que es un conjunto formado por dos tablas plegables, con forma de libro, en las que la Iglesia primitiva acostumbraba a anotar en dos listas pareadas los nombres de los vivos y los muertos por quienes se había de orar.
En el siglo VI los benedictinos tenían la costumbre de orar por los difuntos al día siguiente de Pentecostés. En tiempos de San Isidoro († 636) en España había una celebración parecida el sábado anterior al sexagésimo día antes del Domingo de Pascua (Domingo segundo de los tres que se contaban antes de la primera de Cuaresma) o antes de Pentecostés.
En Alemania cerca del año 980, según el testimonio del cronista medieval Viduquindo de Corvey, hubo una ceremonia consagrada a la oración de los difuntos el día 1 de noviembre, fecha aceptada y bendecida por la Iglesia.
El Día de los Difuntos [...] el día designado en la Iglesia Católica Romana para la
conmemoración de los difuntos fieles. La celebración se basa en la doctrina de que las almas de los fieles que al tiempo de morir no han sido limpiadas de pecados veniales, o que no han hecho expiación por transgresiones del pasado, no pueden alcanzar la Visión Beatífica, y que se les puede ayudar a alcanzarla por rezos y por el sacrificio de la misa. [...] Ciertas creencias populares relacionadas con el Día de los Difuntos son de origen pagano y de antigüedad inmemorial. Así sucede que los campesinos de muchos países católicos creen que en la noche de los Difuntos los muertos vuelven a las casas donde antes habían vivido y participan de la comida de los vivientes
tomo I, pág. 709
Adoptada por Roma en el siglo XIV pero que se remonta varios siglos atrás. Fue el 2 de noviembre del año 998 -otros autores fijan la fecha en 1030- cuando, en el sur de Francia, el monje benedictino San Odilón u Odilo (c. 962 - 1048), quinto abad de Cluny, instauró la oración por los difuntos en los monasterios de su congregación, como fiesta para orar por las almas de los fieles que habían fallecido, por lo que fue llamada «Conmemoración de los Fieles Difuntos». Entre la dispersa obra de este santo, ha llegado hasta nuestros días una vida de la santa Emperatriz Adelaida, una biografía de su antecesor Mayeul, sermones, himnos y oraciones, y varías cartas de su abultada correspondencia. De allí se extendió a otras congregaciones de benedictinos y entre los cartujos; la Diócesis de Lieja la adoptó cerca del año 1000, en Milán se adoptó el siglo XII, hasta ser aceptado el 2 de noviembre, como fecha en que la Iglesia celebraría esta fiesta.
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