Tiempo de Navidad

El ciclo litúrgico llamado Tiempo de Navidad, abarca desde el 25 de diciembre, fiesta del Nacimiento del Salvador, hasta el 2 de febrero, fiesta de la Purificación, comprendiendo, por lo tanto cuarenta días. Su objeto es celebrar con transportes de gozo el Nacimiento del Señor, en Belén; su infancia y vida oculta, en Nazareth; y las primeras y solemnes manifestaciones del mismo a los hombres.
Por su objeto y extensión puede dividirse esta temporada, y, en la Liturgia, de hecho se divide, en dos períodos:

a) Período de Navidad, propiamente dicho, que abarca los quince días comprendidos entre esta fiesta y la de Epifanía; y

b) Período de Epifanía, que va hasta el Domingo de Septuagésima.

El 1er. Período es una fiesta no interrumpida en torno a la cuna de Belén, donde la Iglesia contempla y celebra embelesada los encantos y grandezas del Divino Infante, y también las alegrías y excelencias de la Virgen Madre.


El 2° Período ensancha más el horizonte litúrgico y pone de relieve las manifestaciones del Hijo de Dios principalmente en el misterio de la Adoración de los Santos Reyes, en el de su Bautismo, y en su primer milagro, en las bodas de Caná.

Toda esta temporada es de alegría, pero no de una alegría desbordante y triunfal, como la de Pascua de Resurrección, sino reposada y sonriente, cual la que inundó a José y a María en la intimidad de la cuna de Belén.

1. La fiesta da Navidad. La fiesta de Navidad, hoy una de las más solemnes del año, no fué instituida en la Iglesia antes del siglo IV. Es originarla de la Iglesia latina, y, más propiamente, de la Sede Apostólica, la cual, no se sabe bien cómo, empezó a celebrar el 25 de diciembre el aniversario del Nacimiento del Salvador.
No existe una tradición autorizada acerca de la fecha histórica del Nacimiento de Jesucristo, ni es posible por falta de documentos, llegar a fijarla de un modo indiscutible. Nos es, pues, desconocido el año, sobre el que se han zurcido las más variadas conjeturas; y todavía más el día, el que los escritores sagrados y profanos, a partir de Clemente de Alejandría ( i 215), han hecho oscilar entre el 17 de diciembre y el 29 de mayo . En vista de estas oscuridades a principios del siglo II empezó a celebrarse en el Oriente en los primeros días de enero, y con preferencia el 6, la fiesta de la Epifania o de las diversas manifestaciones del Señor o sea: su Nacimiento, su Bautismo, y su Adoración por los Reyes; fiesta que poco a poco fué introduciéndose en el Occidente. Esta fecha y esta fiesta global de los primeros misterios de la Vida de Jesucristo, habíanse impuesto, para el siglo IV, en casi toda la Iglesia universal, cuando Roma, quizá para contraponer una fiesta sagrada a la profana y supersticiosa en honor del Sol invicto, el dios Mitra, que el Calendario civil Filocaliano indicaba el 25 de diciembre, desglosó de la Epifanía la memoria del Nacimiento del verdadero Sol de justicia Jesucristo, y la trasladó definitivamente a esta fecha. Ordinariamente fué ésta una fiesta exclusiva de la Iglesia latina, pero, hacia el año 375, S. Juan Crisóstomo la implantó en Antioquía, de donde pasó a Constantinopla; luego, a mediados del siglo V, a Jerusalén, y, por el año 430, a Alejandría, de donde en seguida se extendió a todo el Oriente .

2. La liturgia de Navidad. La característica litúrgica de la fiesta de Navidad es el uso de las tres Misas, y la celebración nocturna de los Maitines y Laudes, antes y después, respectivamente, de la primera Misa. La 1a Misa se celebra hoy justo a media noche, mientras que primitivamente celebrábase en Roma ad galli cantum, "al canto del gallo" ; la 2a al despuntar la aurora; y la 3a en pleno día. Con la la la Iglesia se propone honrar sobre todo el Nacimiento, en Belén, del Hijo de Dios; con la 2a, su aparición a los pastores, y con la 3a su manifestación a todo el mundo.
El Oficio de Maitines y Laudes era celebrado en Roma con extraordinaria solemnidad y bajo la presidencia del Papa. Con pompa inusitada celebrábanlo también las iglesias catedrales y monasteriales de todo el mundo, bajo la presidencia de sus prelados. Hoy mismo es el Oficio nocturna que se celebra con mayor esplendor, y el único al que suelen asistir algunos fieles. Comienzan los Maitines a eso de las diez de la noche para terminar a las doce en que principia la llamada "Misa del gallo". En las iglesias benedictinas, las Lecciones del I Nocturno, en que Isaías profetiza y relata con un candor inimitable el nacimiento temporal del Divino Parvulillo, se cantan con una melodía gregoriana encantadora; y con otra especial cántase también el Evangelio de las Genealogías de Jesucristo, con que termina ese Oficio.
Después de los Maitines y de la Misa, durante la Edad Media celebrábase en muchas iglesias el Oficio de los Pastores, que era una especie de representación escénica de anuncio a los zagales de Belén del Nacimiento del Niño Jesús. A él seguían entonces los Laudes, como ahora siguen a la Misa, cuya primera antífona "¿A quién habéis visto, oh pastores ? . . . " parecía hecha como para enlazar el drama pastoril con el oficio litúrgico.
El uso de las tres Misas debió empezar en Roma durante el siglo V, pues en el siguiente alude a él expresamente el Papa San Gregorio Magno, en la homilía que hoy leemos en los Maitines de Navidad. Desde entonces, todos los sacerdotes pueden celebrar ese día tres misas; pero los fieles tan sólo pueden comulgar una vez, y satisfacen el precepto asistiendo a una cualquiera de ellas.
Al principio, en Roma, sólo había una Misa el día de Navidad, que correspondía a la tercera nuestra, pero al reconstruir el Papa Sixto II la basílica liberiana bajo la advocación de Santa María la Mayor, y pasar así (y más cuando luego se instaló allí un Pesebre), a ser como una representación romana de Belén, empezó a celebrar en ella una Misa nocturna a imitación, probablemente, de la que tenía lugar en el verdadero Belén de Palestina. La "Misa de la aurora", que se remonta al siglo V, fué en su origen una Misa introducida en Roma por la colonia bizantina en honor de Santa Anastasia, mártir de Sirmio, muy popular en Constantinopla .
El canto típico de la Misa de media noche es el del Gloria in excelsis, entonado un día, precisamente, en ese mismo momento, por los Ángeles del cielo. La Iglesia saluda su reaparición en la liturgia, después de haberse privado de él durante el Adviento, con alborozados repiques de campana.

3. Los nacimientos. Aunque no sean litúrgica cas los nacimientos o "belenes", pero instalándose como se instalan en las iglesias, y habiéndose connaturalizado ya tanto con la liturgia de Navidad, hácese necesario apuntar aquí algunas noticias relativas a ellos, siquiera a título de ilustración.
La devoción al pesebre y a la cueva de Belén, muy amortiguada durante la larga época de las persecuciones, revivió y entendióse por todo el mundo cristiano con ocasión de su hallazgo por la emperatriz Santa Elena. Desde entonces, puede decirse, empezaron hacia los Santos Lugares las peregrinaciones piadosas que todavía continúan hoy con entusiasmo. La cueva del Nacimiento fué para muchos objeto de predilección, y algunos, como San Jerónimo y sus dirigidas Santa Paula y Santa Eustaquia y otras hasta eligieron sus alrededores para su morada y su sepultura. El emperador Constantino erigió sobre ella una basílica y, a imitación suya, muchas ciudades de Occidente edificaron iglesias dedicadas al misterio del Nacimiento del Salvador, en cuyas criptas a veces se abría una especie de cueva como imitando la auténtica de Belén. La más célebre de éstas es la "Capilla del Pesebre" en la Basílica de Santa María la Mayor ad praesepe donde se cree que su autor, el Papa Sixto II, colocó una copia del pesebre, que más adelante fué enriquecida con fragmentos del verdadero, traídos de Jerusalén. Por el mismo tiempo, o sea, entre los siglos IV y VII, comenzaron los pintores y escultores a representar, en formas a veces muy ingenuas, la escena de la cueva del Nacimiento, ora aislada, ora en el conjunto de la Adoración de los Reyes . En una imagen grabada el año 343, sobre un sarcófago, conservado en el museo de Letrán, el Niño reposa en el duro suelo entre un buey, un asno y dos pastorcillos. La presencia del buey y del asno es un elemento inventado por los evangelios apócrifos, que aplicaron a Nuestro Señor el siguiente texto de Isaías: "Conoció el buey a su poseedor, y el asno el pesebre de su amo" (c. I, 3); y éste otro de Habacue, traducido así por los Setenta: "Lo reconocerás en medio de dos animales" (e. III, 2); lo que dió motivo a que algunos Padres de la Iglesia lo entendieron de dos animales que, según la vulgar opinión, habría junto al pesebre del Señor. El pueblo sencillo, que gusta de los cuadros realistas y pintorescos, imitó en los belenes locales estas representaciones; sobre todo desde que San Francisco de Asís y su Orden los propagaron como un recurso de apostolado, rodeándolos de poesía y de ternura insuperables. Hoy no hay ya pueblo, ni iglesia, ni casa ni familia que no instale su Nacimiento y que no desahogue ante él su tierna devoción para con el Divino Niño, mediante ese género tan típico de música y de poesía que llamamos villancicos .

4. La infraoctava de Navidad. Durante la octava de Navidad, el Misal señala: para el 26 de diciembre, la fiesta del Protomártir San Esteban; para el 27, la de San Juan Evangelista; para el 28, la de los Santos Inocentes, para el 29, Santo Tomás de Cantorbery; después, una Misa para la infraoctava de Navidad; y para el 31, San Silvestre; cerrándose la octava con la fiesta de la Circuncisión
Ninguna de estas fiestas, salvo la de Santo Tomás, ocupa este lugar en el Calendario por razones históricas.
La Iglesia las ha colocado aquí en homenaje al recién nacido, a saber: a San Esteban, por haber sido el primero que derramó su sangre por confesarlo; a San Juan Evangelista, por ser su discípulo amado; a los Niños Inocentes, por haber muerto a manos de Herodes en lugar suyo; ya San Silvestre, sin duda por creerse que fué él quien instituyó la fiesta de Navidad.
El día de los Santos Inocentes, atendiendo más la liturgia a los llantos de las madres privadas de sus hijos, que al glorioso martirio de éstos, usa en señal de duelo los ornamentos morados, y suprime en la Misa el "Gloria", el "Aleluia" y el "Ite missa est" .
En la Edad Media, toda la octava de Navidad era de extraordinario regocijo. Cada día se organizaban fiestas litúrgico populares, con representaciones escénicas, las cuales, además de divertir y entretener santamente al clero y a los fieles, los ilustraban en los misterios de la religión y hacíanlos vivir al unísono con la Iglesia .

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